- «La convicción y la necesidad de los aristócratas de ser superioreses tan profunda que siempre usarán su asumida superioridadcomo evidencia para insistir en que son biológicamente distintos»(John H. Kautsky, La política de los imperios aristocráticos).
Desde tiempo inmemorial los miembros de la realeza se han arrogado atributos distintivos, siendo el más notorio el de la sangre azul corriendo por las venas de los herederos de las dinastías reinantes y la aristocracia. Hoy decimos que alguien es ‘de sangre azul’ porque tiene ascendiente nobiliario, o presume de tenerlo, usándolo a veces de manera irónica. Tal expresión, si bien es muy frecuente en español, también se emplea de forma ocasional en otros idiomas, como calco semántico y, como veremos, también etimológico. Así ocurre, por ejemplo, en las lenguas romances, caso del italiano (sangue blu/azurra), el portugués (sangue azul), el catalán (sang blava) o el rumano (sange albastru) y otras no romances, como sucede en inglés (blue blood) y alemán (blaues Blutt). En francés esta sang bleu coexistió con la voz bimembre ‘sangbleu’ (sangre de Dios), usada como exclamación similar a ‘sacrebleu!’. Se acepta comúnmente que, en última instancia, todas ellas son simples traducciones de la locución española, cuyo origen hay que buscarlo en la península ibérica, de donde se extendió al resto de Europa. En eso coinciden todas las referencias consultadas, incluso las que circulan por la red. Donde no existe unanimidad es en la causa que motivó dicha expresión.
Si exceptuamos algunas alteraciones producidas por enfermedades como la cianosis o la ictericia, la sangre humana es de color rojo. ¿De dónde viene, entonces, la creencia de que la sangre real es azul, en vez de roja?. Hay algunas explicaciones tan peregrinas que nos resistimos a detallarlas aquí, desde la que apunta a las enfermedades producidas por la endogamia en el seno de las casas reales, hasta la que intenta justificarlo por el uso continuado de los cubiertos de plata que afectaban al color de la sangre. La teoría más extendida, que recogen algunos autores dedicados a desentrañar el origen de nuestros dichos, como Iribarren, es que la sangre pura de los nobles se creía azul, pues así se dejaba notar bajo la piel. La realeza se caracterizaba por tener la piel pálida, ya que no ejecutaba trabajos físicos a la intemperie bajo el sol, como hacían plebeyos y campesinos. Alberto Buitrago afirma que durante los siglos XVI y XVII se puso de moda entre la aristocracia española y europea el tono de piel pálida, que hacía que las venas se apreciasen mejor, con el característico tono azulado, dando lugar a la creencia de que su sangre era de este color y no roja.
Hay varias razones que nos empujan a desestimar dicha hipótesis. La primera de ellas se basa en que la sangre tuvo para el hombre medieval un valor simbólico para expresar la idea de linaje. Por tal motivo, al referirse a un individuo de alta cuna se usó el símil de la ‘sangre goda’, acuñado antes de que el de la sangre azul, y en contraste con la ‘sangre colorada’ o la ‘sangre verde’, reservada a otros linajes no germánicos, según constata Christine Wenseck en su denso estudio On the etymology of lexicalized color word combinations. Investigations using the colors red, yellow, green and blue (Nueva York-Amsterdam, 2003). Igualmente, el escritor francés Alphonse de Lamartine (1790-1869) se refería a la sangre azul de los teutones, en contraposición a la sangre roja de los galos.
Por otro lado hay que decir que la locución ‘sangre azul’ no aparece constatada en el Corpus diacrónico del español (CORDE) hasta la segunda mitad del siglo XVII, en un acta de la Junta de las cuatro villas de la Costa del Mar del año 1676, lo que indica que para esta época la locución ya estaba asentada en nuestro lenguaje, pero no se llegó a conocer durante la edad media, ni en los albores de la edad moderna. Un apunte final se esconde tras la misma definición principal de la palabra ‘azul’, según el DLE «dicho de un color, semejante al del cielo sin nubes», al igual que ya lo definía Covarrubias en su Tesoro a comienzos del mismo siglo XVII: «es la color que llamamos de Cielo».
En el archivo personal inédito del lingüista y romanista Eugenio Coseriu (1921-2002) se encontraron unos apuntes inéditos que posiblemente sean la clave para desentrañar el verdadero origen de la colocación ‘sangre azul’. Estos datos, publicados por Jairo J. García, de la Universidad de Alcalá, sugieren que dicha expresión deriva de otra muy anterior, ‘sangre celeste’, que aparece en los Anales del historiador latino Tácito asociada al color cerúleo aplicado a la ascendencia de las personas tocadas por la gracia divina. Las obras de Tácito fueron traducidas al castellano en la primera mitad del siglo XVII, lo que desde el punto de vista cronológico concuerda con el momento en que dicho frasema se asentó en español. En las primeras traducciones castellanas, publicadas a comienzos del XVII por Emanuel Sueyro y Baltasar Álamos de Barrientos, entre otros, se introducen las expresiones ‘linaje celestial’ y ‘sangre celestial’ para trasladar al español la original latina, que no era otra que celesti sanguine, en alusión al linaje de origen divino que se otorgaba al emperador Augusto. Probablemente la locución se asentó en nuestra lengua un siglo más tarde, gracias a la popularidad de que gozó Leandro Fernández de Moratín (1737-1780), quien la hizo suya, como también el poeta José de Vargas Ponce (1760-1821), quien en un verso de sus Proclamas de un solterón escribe: «No mi mujer visite a todo el mundo/De sangre azul por ser de sangre goda».
Como hemos podido ver, desde antiguo la mención del color azul tuvo mucho que ver con el concepto celestial de la monarquía, plasmado en la metáfora de la ‘sangre azul’, que no guarda relación con ninguna premisa sociológica o fisiológica, sino que nos llegó por vía culta, recuperado de la memoria histórica con Tácito y las traducciones al español que se hicieron de su obra en el siglo XVII. A su aceptación contribuyó, sin duda, el hecho de que desde el final de la edad media el color azul ya se había convertido en el distintivo de los patricios, los príncipes y los nobles. Como último dato curioso, la etimología de la voz castellana ‘azul’, así como la portuguesa azul y la italiana azzurro, no son sino alteraciones del árabe hispánico lazúrd, lapislázuli, derivado a su del persa y en última instancia del sánscrito rājāvarta, que significaba originalmente «rizo de rey».
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viernes, 9 de septiembre de 2022
18_ una explicación que a mi parecer la veo correcta
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