Dios se olvidó algún día de llorar. Y Descansó.
Entonces una sóla bala, impregnó el cielo por completo. Lean antes.
Y Esparciose la sangre, sí, ¡sí, esparcióse!... por toda la faz de la Tierra.
Una voz fantasmagórica de ultratumba apeló, luego, al amor, ese sentimiento... sí, ¡sí todos la escucharon al unísono!, ¡como los niños cuando duermen!, ¡¡sin imágenes, ni recuerdos!!
Atados a una cuerda por el ombligo.
¡¡¡¿Oh! Quién dijo algún día
qué quiso a quién?!!!
Solo setenta veces, siete días. Para percatarse, de la mayor de las penas conocidas, y escondida con delicadeza, para quién cree saber... No, no es ella. Lean, no tan lejos.
No quieran saber más, nadie... Nadie.
Nota: cuentos para descansar. II a.c. No rías, No pretendas saber. Así reza, como la piedra.
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