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sábado, 4 de noviembre de 2023

280_ una de vampiros

Título libro: Odio cómo escribo


Cuento I: el miedo me asedia.


Era un día de un siglo más, a mis anchas marcaba mi colmillo en quién desease, pero el mal me perturbaba, el mal siempre nos perturba a nosostros, los seres oscuros. Un día juré a Dios, ese Enemigo nuestro, un día convertiría a una mujer en Vampiresa. Estaba sólo, no le deseaba a nadie lo mío, mi soledad eterna, mis tormentos, y mi vida de Vampiro de Burdeles, porque es allí dónde me escondía muy fácilmente, hasta el nuevo amanecer. Estuve observando a muchas “damas candidatas”, pero sabía que ninguna soportaría la eternidad maldita, la cruz de soledad eterna. Oh! Todos buscamos la eternidad, pero una vez que se tiene y tras el transcurso de siglos y siglos, se comprende que es más una tortura que un regalo, luego se entiende a cuántas pretendientes asesiné sin convertir. Claro, claro que alguna indeseable del mundo de los Cielos me perseguía, y amenazaba mí envenenada eternidad. La ataqué por la espalda, ella ya sabía de qué iba ésto, le comí el cuello desde la espalda, no me vio venir, igual que todas las que me quisieron dar caza, he hice esa atrocidad impertinente, convertía a un Vampiresa, y sacrilegio mío, venida del Cielo, presunción que traería desgracias y desgracias, según auguraban Todos los Escritos Oscuros y Luminosos, pero yo ya deseaba que acabase todo, y Enmanuelle me atraía lo suficiente para convertirla. He sido Vampiro de Burdeles, he sido, y ahora soy más fuerte, un fiel destructor de almas perdidas. Fue fácil entender que lo que realmente buscaba, era una mujer que convertir, la cual comprendiera el terror de la eternidad maldita, y cabe decir, sin mencionar mis deseos, pero también a éstos, siempre oscuros, tenebrosos, horrendos. Oh! Ella venía del Ejército Imperial de los Cielos, como una Querubina torpe, me buscaba para darme muerte. Pobre ingenua, no sabía que los Cielos también jugaban a perder peones de ajedrez, y ella agudizaba mí idea. Me presenté de día, ella estaba tomando un café en ese mismo restaurante, me miraba con ojos buenos, yo era intrépidamente atractivo, para esas que intentaban audazmente matarme, en la despiadada lucha de la luz contra lo oscuro. Siempre enviaban a una Dama Celestial, casi Querubina, para destituírme, y para todas, su fin era el mismo, en el suelo yacían desangrándose hasta morir. Pero ésta Dama, Enmanuelle, me cautivaba, tenía ganas de que me persiguiese, tenía miedo a convertirla, mil siglos sin convertir a nadie pueden decirse que son como un milagro. Yo me reía en las noches en que los de Dios, los que buscaban una redención, a todos les daba mis colmillos, todos siempre finalizaban en un charco de sangre. Ah! Pobre ingenua Enmanuelle. Sí, sabía de mí mundo, de mí pecado del existir siempre, de mi alimento de sangre, ¿habían enviado una más?. Oh! todas las otras por el suelo desangradas, que pena, que pecado, el sentir algo más por Isabelle, sobre todo, para su decadencia y la mía. Concerté varias entrevistas, varios encuentros, mucho en dónde se hablaba del arte, menos de mi vida sonámbula, y nadie sabía ni entendía la lucha del Cielo y el Infierno que estábamos dominando nosotros, los Vampiros Mayores, prácticamente Intocables. Y me pregunté casi con mimo y estupor, ¿oh, Enmanuelle la más poderosa Vampiresa, acaso quieres venir, no ves en la noche que eres una enviada más, a probar mis colmillos?. Ja!, escupí versos al absurdo:


Tienes mi capa para guardarte de la lluvia

Tienes mí alma, que carezco de ella, para poder encontrarte

Llega el momento de decidir

¿sigues?, ¿vives o desapareces?. ¡No ves que ya no tienes opción!

yo nunca tuve opción, ¿quieres vivir muerta?

Ella, se movía en la tierra y barro, había llovido, era ya presa de mi

Y clavé mís colmillos, y esa mínima duda, llegó a que perdiese la razón

Ella en mis despojos hacia el Cielo, solo cabía un rumbo, para torcer las cosas

mi duda, solté los colmillos a tiempo, y ante mí estupor o asombro, ella tornose Vampiresa.


Qué piensas Enmanuelle, dije de un modo casi equilibrado, e incrédulo de lo que había cometido, la llamada a matarme, había renacido con unos colmillos supongo que indecentes e indeseables, desde donde ella había llegado. Enmanuelle se rió, y cogió la cruz de su pecho, derritiéndola con gracia, y sabiduría. Me cameló y sedujo en un sólo segundo, y me vi esclavo de ella. Así mi vida transcurrió para el Cielo desde los Infiernos, ahora, yo Vampiro Mayor, podía ver los crucifijos gracias a ella, Enmanuelle, nos convertimos en Vampiros de Vampiros, ahora, bebíamos sangre de Vampiros Menores. Pensé que el Demonio debía estar riéndose ahora mismo. Pero si algo nos salvó, no fue ni Dios ni Satanás, fue el amor que cedió entre nosotros, y nos perdonó cualquier pecado, al amarnos, el Escudo Celestial lloraba mientras nos protegía, y los Demonios y Vampiros se rendían ante nuestro poder. Yo díjele a Enmanuelle si quería procrear conmigo, y tuvimos un hijo Nacido Del Pecado Protegido Por Nuestro Amor. No éramos oscuros ni soportábamos más luz, asesinábamos, y el Demonio quiso hacer tratos con nosotros, nos susurró al oído, matad sin piedad, y yo haré ojos ciegos a vuestro amor puro, y Dios dijo en réplica, matad a la noche, y yo reconoceré vuestro amor ante el sol, mientras no acabéis con la noche eterna. Enmanuelle y yo, escondimos a ese hijo, fruto del amor, y fruto de unas vidas repletas de sacrilegios, así vivimos, y nunca morimos. Fue la primera vez que el Cielo lloró y el Infierno lloró, en el mismo haz de universo. Enmanuelle, con los ojos resplandecientes del pecado, llenaba mi vacío, quizá cuando cumpliese los mil siglos, trataría de matarme por lo que le hice, y el Cielo lloraría, y el Infierno reiría, a pesar de morir uno de sus súbditos, Enmanuelle había sido concebida para luchar en nombre del Cielo, y mataría a todo Demonio, con los colmillos, por eso lloró el Cielo, y en risas en un Infierno, que sucumbía, ante “los colmillos Venidos del Cielo”, la risa es lo único que recuerdo en ésta oscuridad vacía, primero, ha de matarme a mi por lo que le hice, sé que lo hará, a risas por sucumbir, o lloros por asesinar a los asesinos, a golpe de Magia Infernal, el Infiero también perecería. Oh! Claro que me buscaría, y me mataría, yo cumplí mi palabra, y en el polvo de arena de algo que siempre fue desierto en mi vida, en el vacío de la soledad, hallaría mí muerte y mi paz. Poniendo el precio de enzarzar al Cielo y al Infierno, hasta su desesperación mutua. ¿Qué sucedería después Enmanuelle?, es más, ¿a quién le importaría ya?. Percibirás mi ausencia, y la luz entrará en el Infierno, y la oscuridad en el Cielo. ¿A quién le importaría ya lo inevitable?. Mi soledad sucumbiría ante mi pecado, encontrando en la muerte, la paz. Llegaría ese momento, en que serás consciente de lo que te hice, y me darás muerte. Enmanuelle, ¿no te das cuenta? El Cielo y el Infierno corren en tu misma sangre. ¿Qué harás y a quién le importará?, yo ya disfrutaré mi muerte. ¿Entiende el lector?, tanto dudé en poner en peligro, y busqué arduamente mi muerte prohibida del amor que un día surgió en mi pecaminosa sangre.

Y poniendo al Cielo e Infierno en deuda entre ambos, solo pensé en mi paz de muerte de amor. Tan magmánime hecho, tendría consecuencias, que ya no percibiría, y Enmanuelle, sería la Nueva Reina, la Llamada, y arrebatará al Cielo su amor, y al Infierno su horror. Pero por mi parte, ¿a quién ya le importaría?, vi una pequeña grieta que podía derruir todo, y aproveche ese momento, nada más, pero... ¿a quién le importará el después?. A mi no, ¿a ese hijo?, sólo vi una grieta y me aferré a ella, todo se derruírá y yo ya no estaré, simplemente, fue la suerte. Un día tuve un deseo, que un mundo nuevo naciese, Enmanuelle tiene las dos semillas, ella lo hará realidad, para bien o mal, y yo, ya no estaré. Quizá ese hijo, sea el único que lleve algo mío, en Los Nuevos Tiempos, que nadie nunca vio, y todos vivirán, yo, he decidido mi Suerte ya. ¿A quién le importa entonces lo que sucederá?. Confío en una Era Nueva, pero no he ser yo quien la viva. El humo del cigarro se apresuraba, el miedo me asedia, estaba tan vacío de mi que deseaba este momento con ímpetu, ya habían transcurrido ciento cincuenta y dos siglos y ella estaba rondando, notaba su presencia, pronto llegaría mi descanso, el después, nadie nunca lo supo.



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