La imaginación siempre intuye más que la pura e indiscutible lógica.
Pero no me hayaba en el mundo real.
Desequilibrado en mi ausente libido, que albergaba cien años de soledad.
No me fui a los mundos del machismo.
No podía dejar de obserbar mujeres, no podía mi moral ver objetos sexuales.
Hasta un extremo imperdonable de mantener mi sexo tan decaído, y traumático.
Pero no pienso escribir más, un toc, toc, a la puerta, estaba leyendo las edades de Lulú, y no entendía nada.
Me asusté, quién llama, quién llama ahora a éstas horas, ¿tendré la música con demasiado volumen?.
El miedo, me dominaba desde hace tiempo, haciendo que me bloqueara en todos los sentidos, estaba absorto, en la insoportable levedad del ser.
Muerto en vida, clamando vivir una noche subido sobre el capot de un automóvil, y la cultura humanística de Albert Camus, el Argelino, yo, la verdad ya no entendía nada, no entendía ni el humanismo del existencialismo, ni el absurdo, quizá los nihilismos de la época un poco, pero todo resultaba magmánimamente confuso.
Vivía en un cubil escondido, siempre el sinsentido, cubría mis sueños, e insólitamente, insospechadamente un toc, toc, a la puerta... desató mi miedo más intrínseco.
Miré por la mirilla, ¿una mujer?, olvidé todo el libro de las edades de Lulú, abrí incauto, y desesperado la puerta, ¿qué buscaba esa mujer?, ¡más ventas comerciales!, como quien vende enciclopedias en los pueblos.
Dispuesto a dar un discurso de reprimenda, abrí la puerta, ¡qué quiere!, salió a rebosar toda mi rabia contenida.
Ella me miró profundamente a los ojos, como si me conociese, y no se perturbó ni una milésima de segundo.
Entonces se tamboleó en mi interior toda la seguridad de los abismos, que sostenían mis traumas, de toda mi vida, de los siempres y de los nuncas.
La miré, mi mente se abstrajo en blanco por completo, y entonces sucedio, me dijo, tú necesitas algo de sutileza y lisonjera alegría, no puedes continuar así, te llevará al autodeterioro, hasta encauzarte directamente a los abismos del mismo infierno.
Me alteré, al oír esa palabra, ¿infierno?, y le reté, con mi mirada, ¡¡¿qué sabes del infierno tú?!!
Ella sonrió, y me dijo, tomas todo al pie de la letra, te voy a enseñar un infierno suculento y que ya te mereces, ¿no te das cuenta, soy tu vecina... hace cuánto que no jadeas en tu piso?.
Me puse a la defensiva... Pero ella me agarró los genitales, y me empujó hacia mi piso, me dio un mordisco en la boca, tan sutil como la seda, me agarró el pene con fuerza, hasta se puso duro y tremendamente viril.
Bajé la mirada, y le dije, sinceramente la verdad, estoy perdido... Haz lo que quieras conmigo.
Ella me advirtió, no, no entiendes, haremos lo que queramos, si hoy necesitas que te domine, o mejor dicho que sea tu guía, y te libere de tu tormento, lo haré, pero, es cosa de dos, me das, te doy, y algunas veces regalamos, esa es la verdadera verdad, nos regalamos el uno al otro, no hay otro secreto...
Marchó, fue una noche larga, y me sentí empequeñecido, después, más sosegado, percibí en todo mi cuerpo un placer y emoción que en mi vida, tan llena de una vehemencia mezcla de cicatrices y heridas, algo nuevo y tan sublime como profundo, como etéreo, como inexplicable, como pasajero y efímero... pero no tanto como cuando estuvimos en nuestro lecho, en la misma demencia del placer más inescrutable, pero increíblemente tornándose ya intrínseco, en nuestro ser, solo uno en dos, unidos... Y no podía pensar más que en ella, mi vecina Zedesa, ¿cómo pudo liberar todo mi abrumador tormento?. No me pude contener, me asaltó una carcajada, cuando recordé que ella había puesto mi libro de Macbeth, tapándose, su sonrisa vertical. Pero no soy mucho de revelar intimidades, Zedesa, reímos, y jadeamos hasta el sumo agotamiento, desgaste redentor, de todos mis, y nuestros complejos.
¿Volverás?, y me dio un beso, y me dijo, quizá, cuando aprendas, el humor.
Zedesa, gracias, como tú me dijiste, agradecidos los dos, en un acto que como lo he descrito, quizá, no sea bien visto a los ojos de la gente... Pero nos permitirnos, este pecado venial. En la cama lo deseamos, y solo la luna fue símbolo de la noche más poética, de todas las caricias que impregnaron nuestros cuerpos, efímera eternidad. Lo siento, no soy de relatar intimidades.
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