Era un día intrépido, curioso, como un amanecer y lluvia de estrellas fugaces pintadas en el lienzo del cielo. Reinaba la paz y el buen sosiego de nuestro hogar. A mil años luz, en un futuro enternecedor. Todo era bello y armonioso, y las olas del mar cantaban cuan sirenas que se habían tornado hacia la bondad. Podría parecer por ello, que nuestro hogar pudiese estar desprotegido, pero al contrario, todo resplandecía una fuerte moral, férrea, y inevitablemente se podía sentir un futuro frondoso y vigoroso, etéreo y musical. Como si nuestro hogar, fuese una miscelánea tan colorida, donde se respiraba concordia y serenidad. Tan irrevocablemente utópico, y real. Así, era éste día, en un futuro lejano, al que ya habíamos llegado, conseguido, y las aves del cielo, ya hablaban con la luna, que acariciaba y hablaba así mismo con el mar. Todo era perfecto, había llegado la paz y bondad, tan anhelada por la humanidad. No había engaño, las luchas de buenos propósitos, podían ver el resultado, con el que todos siempre soñamos. Por fin, había despertado el mundo. Dudé mucho en escribir ésto, pues casi me sonrojo, pero la felicidad no dejaba empañar, que los buenos corazones, latían, sin congojo, y podían dar un buen comienzo, como el beso romántico de los enamorados, plenamente representado, sin pudor, y gozoso de poder escribir, lo que el mundo desde sus inicios, siempre quiso, y había, por fin, reflejado, en una victoria épica. La utopía, se había logrado. Nada podía perturbar ya un futuro, donde incido, que siempre, en esa parte del corazón, siempre todos quisimos, deseamos, y logramos. No hay más palabras para relatar que el amor, había triunfado, éste, es nuestro hogar.
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